jueves, 21 de enero de 2016

HABLAR DE SEXUALIDAD CON UN HIJ@ ADOLESCENTE

by MAURICIO APARICIO; ESCUELA DE VALORES

Hablar con un(a) hijo(a) adolescente puede resultar una tarea complicada y especialmente si se trata de temas que son considerados tabú. Uno de ellos es, sin duda, la sexualidad.
Un tema complejo
Somos seres sexuados, de eso no cabe duda, pero por diversos motivos no nos asumimos como tal; y esta es una de las causas que dificulta que el tema se aborde con naturalidad y comodidad. Y menos si los interlocutores son padres con sus hijos(as) adolescentes. Sin embargo, hablar de ello es muy necesario, y hacerlo a tiempo lo es aún más.

Pero, ¿cuándo es el mejor momento para hacerlo? Cada uno como padre podrá responder acorde a su experiencia, pero entre más pronto se hable con un(a) hijo(a) sobre la sexualidad más posibilidades se tiene de que no se convierta en un tema tabú en etapas como la adolescencia. De hecho, la infancia es un momento que puede permitir un primer acercamiento para (re)conocer, valorar y respetar la sexualidad.
Un tema muy necesario
Lo cierto es que es una preocupación frecuente en los padres de adolescentes ya que conocen las consecuencias que sus hijos pueden afrontar por una decisión mal tomada. Pero, ¿cómo hablar con nuestro(a) hijo(a) del temor que sentimos ante la posibilidad de que mantenga relaciones sexuales a muy temprana edad? ¿Cómo expresar la desconfianza que nos causan ciertas personas de su entorno (amigos/as, novios/as)? ¿Cómo lograr no parecer exagerados, o peor aún: ridículos, en nuestras inquietudes? Mientras más se cierra la comunicación con nuestro(a) hijo(a) adolescente, más desesperación sentimos y más insistentes o agresivos somos en los intentos por acercarnos a ellos y su respuesta suele ser igual de vehemente, pero en sentido opuesto. Nos hallamos entonces en un círculo vicioso que perjudica a ambas partes.

Una posibilidad
Lo cierto es que el tema no es menor y debemos lograr que nuestros hijos también se den cuenta de ello, para que al menos puedan tomar sus decisiones con conocimiento de causa.

Como padres podemos compartir experiencia, información, pero no podemos ni debemos intentar tomar decisiones por ellos. Una buena opción es hablar sin exaltarnos, siendo sinceros en nuestras inquietudes, temores y preocupación; buscando ser empáticos, haciendo saber a nuestros hijos que también nosotros, en algún momento de nuestra vida, nos sentimos igual: inmersos en un mundo lleno de sensaciones y deseos, de temores e inquietudes, y que ahora, al enfrentar la situación como padres, tampoco lo pasamos del todo bien, porque sabemos bien que lo que está en juego es su calidad de vida, presente y futura.
Experimentar en cabeza ajena
Otra opción es compartir la historia de alguien (familiar, vecino, etc.), que haya pasado por algo similar, buscando que nuestro(a) hijo(a) vea de manera más vívida y cercana las consecuencias de aquello que nos preocupa. Todos conocemos a alguna pareja de jóvenes que tenga que enfrentar la responsabilidad de un embarazo a temprana edad; embarazo que, la mayoría de las veces, es además indeseado: sus vidas trastocan sus ritmos, sus planes se quedan en suspenso y, de un momento a otro, su futuro se ha vuelto un presente que los agobia y que tendrán que aprender a afrontar en pareja (aunque muchas veces la responsabilidad se queda sólo en la mujer... Pero eso es un tema aparte).

Cuestionemos a nuestro(a) hijo(a) respecto a si una situación así es la que desea para su futuro; enfrentémoslo(a) con la sola posibilidad de que así fuera… Y hagámosle saber que nuestra preocupación y cuidado busca evitar algo para lo que quizá no está preparado(a). Acompañemos a nuestros hijos(as) en la toma consciente de decisiones, abriendo canales de comunicación para escucharlos y entenderlos.
Todo a su tiempo
En la vida de todas las personas, hay etapas por experimentar; pero todas tienen un tiempo oportuno. Vivirlas con plenitud y responsabilidad es labor de cada uno. Pensemos que de como afrontemos nuestra vida como padres, habrán de aprender nuestros hijos y preguntémonos también de dónde provienen nuestros mayores temores respecto al futuro de nuestros(as) hijos(as). Tal vez en nuestro pasado hallemos una parte de la respuesta.


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